Volvemos al mismo sitio en el que dos veranos atrás nos mojamos los pies y reímos alto. Hemos vuelto a caminar por la orilla, a dejar que nuestros pies se hundan en el barro costero mientras escuchamos aves jugar a lo lejos. Los patos aterrizan en el agua, y yo fotografío insectos y su silueta, con el atardecer de fondo. El sol nos acaricia el rostro, de nuevo, y nos calienta, nos calma, nos duerme.
Observamos las estrellas cuando la noche cae y encontramos la osa mayor y mi estrella y el triángulo de la estrella que le regalé. Hablamos de otros planetas, de vida fuera de la Tierra y de lo pequeños que somos comparados con el resto. Pero estamos vivos, y nos limitamos a vivir mientras el mundo sigue girando.